Cae de rodillas, llora,besa el suelo.[...]Después,alza el estandarte. Hincado, ojos al cielo, pronuncia tres veces los nombres de Isabel y Fernando. A su lado el escribano Rodrigo de Escobedo, hombre de letra lenta, levanta el acta.
Todo pertenece, desde hoy, a esos reyes lejanos: el mar de corales, las arenas, las rocas vérdisimas de musgo, los bosques, los papagayos y estos hombres de piel de laurel que no conocen todavìa la ropa, la culpa ni el dinero y que contemplan aturdidos, la escena.
Luis de la Torre traduce al hebreo las preguntas de Cristobál Colón:
- ¿Conocéis vosotros el reino del gran Kahn? ¿De dónde viene el oro que lleváis colgado de las narices y las orejas?.
Los hombres desnudos lo miran boquiabiertos, y el intérprete prueba suerte con el idioma caldeo, que algo conoce:
- ¿Oro?
¿Templos?
¿Palacios? ¿ Rey de reyes? ¿Oro?
Y luego intenta la lengua aràbiga, lo poco que sabe:
- ¿Japón? ¿China? ¿Oro?
El intérprete se descubre ante Colón en la lengua de castilla. Colón maldice en genovés, y arroja al suelo sus cartas credenciales escruitas en l`tín y dirigidas al gran Khan. Los hombres desnudos asisten a la colera del hombre forastero de pelo rojo y piel cruda, que viste capa de terciopelo y ropas de mucho lucimiento.
Pronto se correrá la voz por las islas: - "¡Vengan a ver a los hombres que llegarón del cielo!
¡Tráiganles de comer y beber! "
Eduardo Galeano, Memoria del Fuego, I
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